lunes, 18 de marzo de 2024

Payaso Triste

Me sentí como el payaso que tiene que salir a escena para enmascarar el accidente del trapecista.


A un lado de la puerta: los servicios de urgencias.

Al otro lado: un niño que no debía enterarse de nada.


Mientras los paramédicos atendían a la mujer de noventa y ocho años que estaba cayendo en un profundo abismo de amnesia y oscuridad, el payaso entretenía al niño para hacerlo ajeno a la situación.

Y así, ocultando la preocupación y el agobio que sentía al saber lo que ocurría al otro lado, tuve que ocultar mi rostro con la máscara de las sonrisas forzadas y pintar una nariz imaginaria sobre la mía.

Le pedí a Alexa que pusiera el último opening de moda, que subiera el volumen por encima del que uso para escuchar música y propuse conversaciones mundanas al niño mientras los vídeos de Tik Tok se deslizaban bajo mi dedo índice a una velocidad adecuada para que sus ojos y sus oídos no pusieran su atención en ningún otro lugar.


Las risas y los bailes no tardaron en surgir.

Una danza en el exterior que respondía a los macabra música que hacían la silla de ruedas por el pasillo, los llantos de los presentes sobre las paredes y la sirena de la ambulancia a través de la ventana.

Una danza en el interior divertida, mal coreografiada y tan inocente e ignorante como el pequeño niño que la llevaba a cabo y que se concentraba en mi voz, en los vídeos y en la música.

Y entonces: silencio.

Un portazo y reinó la calma tras la tormenta. El eco de las voces de hacía apenas unos segundos se contuvo y ahora solo se escuchaba el retumbar de la música al otro lado de la puerta que el payaso había cerrado cuando entró en escena.

- ¿Camino despejado? - pregunté por Whatsapp a mi novia.

- Sí.

Abrí la puerta y el espectáculo pudo continuar.


Yo me sumergí en un mar de ansiedad y locura contenida. 

Y, aun alienado, supe que había superado mi misión: el pequeño no se había enterado de nada.

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