domingo, 31 de marzo de 2024

Maestro de Armas

Podría hablar de la espada de Damocles que amenaza con caer sobre mi cabeza y que, aunque acallaría el ruido que se empeña en hacer eco sobre las paredes de mi cráneo, me haría mil pedazos.
Podría hablar sobre la espada que me tiene atrapado entre ella y la pared y que apenas me deja unos centímetros para respirar.
Podría hablar de la espada de doble filo que, de usar, provocaría un daño colateral  desmesurado.
Podría hablar del As de Espadas, con la esperanza de que haga su aparición en la baraja desbarajada que se desbarajusta y que, sin embargo, me haría ganar la partida.

De hecho, podría desenvainar y blandir cualquier espada y cortar el aire.

¿En guardia?
Sí. 
Adelante.

Pero solo cortaría el aire para hablar de frustración, de tristeza contenida, de desconexión con el mundo y  de escepticismo.

Y ya lo dijo Robert Burton, que no sabía ni quién es, pero, iluminado por el todopoderoso Google, ahora sé que una vez dijo "que una palabra hiere más profundamente que una espada".

Así que... envainando, que es gerundio... y calladito, que es participio, y estoy más guapo.

miércoles, 20 de marzo de 2024

A mi alrededor

 A mi alrededor veo incertidumbre.

Me siento atrapado en una tormenta; en un torbellino de acontecimientos que ha desbordado el río de mis emociones, en un tornado sangriento y cargado de odio, desfachatez y resentimiento.

Gritos, llantos, ahogos y lágrimas me abruman.

Nado con todas mis fuerzas para no dejarme llevar, pero siento como, en ocasiones, algo que escapa a mi control se empeña en tirar desde mis pies hacia lo más profundo del abismo.

Pero mis recuerdos, antaño tristes, ahora , cargándome de nostalgia e incómoda sabiduría, hacen las veces de escudo protector y me cuidan de todo lo que salpica desde la centrifugadora que agita el mundo que me rodea.

Clavo mis uñas en la belleza, en la paz y en la santísima trinidad del amor: el propio, el carnal y el emocional, aferrándome a todo aquello que, aun por instantes, dibuja sonrisas en mi rostro y me deja ver el Sol que, poco a poco, vuelve a empezar a asomarse por entre los grises nubarrones.

Y aunque me empeño en permanecer en absoluto silencio, mi cuerpo pide ayuda manifestándose contra mí mismo; trato de acallarlo, pero su rítmico malestar me obliga a dejarlo y a dejarme hablar siquiera sea en susurros.

Claro que, después de la tempestad, siempre llega la calma y, por su parte, el tiempo, además de todo curarlo, pone a cada cual en su lugar.

Dios, el karma o los hados del destino, sea cual sea la creencia, proveerán.

Entonces, será el momento de dejar de pelear porque la batalla ya se habrá terminado.

lunes, 18 de marzo de 2024

Payaso Triste

Me sentí como el payaso que tiene que salir a escena para enmascarar el accidente del trapecista.


A un lado de la puerta: los servicios de urgencias.

Al otro lado: un niño que no debía enterarse de nada.


Mientras los paramédicos atendían a la mujer de noventa y ocho años que estaba cayendo en un profundo abismo de amnesia y oscuridad, el payaso entretenía al niño para hacerlo ajeno a la situación.

Y así, ocultando la preocupación y el agobio que sentía al saber lo que ocurría al otro lado, tuve que ocultar mi rostro con la máscara de las sonrisas forzadas y pintar una nariz imaginaria sobre la mía.

Le pedí a Alexa que pusiera el último opening de moda, que subiera el volumen por encima del que uso para escuchar música y propuse conversaciones mundanas al niño mientras los vídeos de Tik Tok se deslizaban bajo mi dedo índice a una velocidad adecuada para que sus ojos y sus oídos no pusieran su atención en ningún otro lugar.


Las risas y los bailes no tardaron en surgir.

Una danza en el exterior que respondía a los macabra música que hacían la silla de ruedas por el pasillo, los llantos de los presentes sobre las paredes y la sirena de la ambulancia a través de la ventana.

Una danza en el interior divertida, mal coreografiada y tan inocente e ignorante como el pequeño niño que la llevaba a cabo y que se concentraba en mi voz, en los vídeos y en la música.

Y entonces: silencio.

Un portazo y reinó la calma tras la tormenta. El eco de las voces de hacía apenas unos segundos se contuvo y ahora solo se escuchaba el retumbar de la música al otro lado de la puerta que el payaso había cerrado cuando entró en escena.

- ¿Camino despejado? - pregunté por Whatsapp a mi novia.

- Sí.

Abrí la puerta y el espectáculo pudo continuar.


Yo me sumergí en un mar de ansiedad y locura contenida. 

Y, aun alienado, supe que había superado mi misión: el pequeño no se había enterado de nada.

Maestro de Armas

Podría hablar de la espada de Damocles que amenaza con caer sobre mi cabeza y que, aunque acallaría el ruido que se empeña en hacer eco sobr...